“Papatón”: solidaridad coyuntural y realidad del campesinado
- ivanovpineda
- 16 nov 2020
- 3 Min. de lectura
“… es fundamental incentivar la comercialización de los productos agrícolas pero bajo la figura de predios con “sellos verdes”, que garanticen una producción amigable con el medioambiente, y permita también que las ganancias de la producción no se queden en intermediarios…”
Por estos días vemos a los campesinos de Cundinamarca salir a los peajes del departamento a vender sus productos, en especial la papa, en el marco de la denominada “papatón”, campaña de la Gobernación de Cundinamarca y de varios municipios de la Sabana de Bogotá y del departamento de Boyacá.
La “papatón” es una campaña de alto impacto mediático, y por supuesto formulada con buenas intenciones desde la Gobernación de Cundinamarca, la cual ha favorecido la venta de por lo menos 1300 toneladas del tubérculo. Sin embargo, esta campaña pasa a un segundo plano al analizar el trasfondo de la crisis del agro para pequeños y medianos agricultores. En realidad el campesinado, en ese tipo de campañas, se muestra como personas que deben pedir “limosna” para vender sus productos ante la incapacidad del Estado y por supuesto de los Gobiernos locales de brindar apoyo, por ejemplo, en el fortalecimiento de las agremiaciones de productores, al incentivar las ferias agropecuarias y el de controlar el mercado haciendo uso de medidas impositivas hacia los intermediarios y de los famosos “carteles” como el de la papa. Además ¿no sería mejor fomentar campañas de apoyo a cientos de familias que lo han perdido todo por la ola invernal, al adquirir esos productos por parte del Estado?, es decir, para tener un mayor impacto se deben formalizar y articular las políticas públicas y dejar de tener una perspectiva sólo coyuntural.
Para decirlo sin ambigüedades, esas campañas quedan como anécdotas mediáticas, así como cuando en actos de rebeldía o de necesidad, riegan la leche en las vías o dejan perder montañas de frutas porque existe sobreoferta o por falta de medios de transporte para su comercialización; campañas que favorecen a pocos, y demuestran que aún como sociedad se está lejos, en términos de política social, de considerar la realidad del campesinado.
Cuando existe sobreoferta o cuando hay pérdidas por malas condiciones climáticas, es donde se denota la baja planificación que existe entre entidades como el Ministerio de Agricultura, IDEAM, el ICA y las Alcaldías; las cuales deben contar con redes de comunicación efectivas, y brindar alertas tempranas, que bien gestionadas, evitarían esas debacles económicas. También, y después de ocho meses de estar conviviendo con los impactos negativos por el virus Covid-19, ya se debería contar con planes de reactivación del sector agropecuario, e incentivos al consumo local, los cuales no pueden ser asociados al fomento de la informalidad y ventas en peajes, sino por el contrario con políticas de largo aliento.
Otro aspecto de gran calado, y poco mencionado cuando se promueven estas campañas, es el relacionado con los impactos ambientales asociados a la producción agrícola. Si bien es cierto que los pequeños y medianos campesinos requieren cultivar para poder subsistir (y es una obligación moral apoyarlos), también es fundamental el acompañamiento de las entidades públicas, el cual debe garantizar hacer uso apropiado de los suelos, la protección de fuentes hídricas y la utilización racional (si eso es posible) de los herbicidas, fungicidas, insecticidas y abonos. Ni mencionar dicha necesidad con los “grandes” productores, que tienen una alta responsabilidad en el mal uso de los suelos, en el impacto en zonas de protección como son los páramos, humedales y rondas hídricas y en las pérdidas de productividad y de la biodiversidad, al utilizar indiscriminadamente productos químicos.
Por lo anterior es fundamental incentivar la comercialización de los productos agrícolas pero bajo la figura de predios con “sellos verdes”, que garanticen una producción amigable con el medioambiente, y permita también que las ganancias de la producción no se queden en intermediarios sino que redunden en el bienestar de las familias campesinas más vulnerables.
Apéndice: Las “olas invernales” y las sequías, nos recuerdan con bastante periodicidad y de una manera cruda, que las políticas de gestión del riesgo, y en especial lo relacionado con adaptación y mitigación de vulnerabilidad de las poblaciones se han quedado, desafortunadamente, para muchos departamentos y municipios, sólo en el papel.

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